la sombra del otro
Aquella misma noche Eduardo partía para Barcelona, donde pensaba establecerse definitivamente como abogado. Nada le retenía ya en Madrid, ni nadie tenía derecho a mezclarse en su vida para exigirle un cambio de actitud que hubiese sido su ruina física y moral. Fallecida dos años atrás su madre, única parienta allegada que poseía en el mundo, el resto de sus parientes, primos y tíos segundos nada significaban para él y se consideraba más libre que el aire para tomar las decisiones que estimase convenientes, sin tener que dar cuenta a un tercero de ellas.