la muerte llamó a sus puertas
La tragedia fue algo de lo más vil y cobarde que imaginarse pueda. Algo que si lo realizó un miedoso, patentizó su miedo hasta lo infinito, y si lo hizo alguien que se tenía por valiente, no hizo sino honor a su creencia. Fue una noche de lluvia fina y persistente, una de las pocas noches primaverales en las que solía llover en aquella parte central de Texas. El agua caía mansa, menuda y la tierra agradecía aquel regalo, después de tantos y tantos días de sequedad y de falta de humedad en el suelo y en la atmósfera.