la muerte en cien millas
AUN brillaban con fuerza las estrellas y cortaba el viento en aquel colgado refugio del macizo Big, en la Sierra Nevada, cuando Klaus McCarthy despertó sobresaltado al recibir en su sucio y curtido rostro la sensación de un pequeño golpe que había cortado su ya de por sí ligero y accidentado sueño. Tumbado sobre el hacinamiento de hierba reseca y medio liado en su manta, su primer movimiento instintivo fue echar mano a los revólveres que, cargados hasta la boca, yacían junto a su mano. Sabía que en ellos estaba la defensa de su vida y no se apartaba de ellos cinco centímetros, ni para descansar lo más preciso.