la máscara de escayola
La momia, una mujer joven, que debió fallecer en plena lozanía, descansaba en el fondo del alto y extraño ataúd labrado en mármol rosado, con magníficas y delicadas incrustaciones de lapislázuli y esmaltados en colores sólidos, que ni la acción de la cámara ni el paso del tiempo habían conseguido apagar en sus brillantes tonos. Del fondo emergía un ligero olor a esencia indefinida; una esencia maravillosa y casi adormecedora, producto de uno de los pequeños recipientes que se habían descubierto dentro del lecho funerario y que el profesor se había atrevido a destapar, solamente por aspirar un momento aquella esencia milenaria, cuyo secreto de composición se había desvanecido en la noche de los siglos.