la conquista de hollywood
Victoria Wicks, arrebolada, con los ojos brillantes por la indignación y con rojos labios, ahora pálidos y exangües al contraerse reciamente por una mueca de rabia, se acercó al ventanal que daba a la carretera, y pegando el rostro a los cristales, siguió con mirada dura, preñada de sensaciones infinitas, la marcha del jinete, que, erguido en un brioso «poney», descendía por el camino, espoleando nerviosamente a su cabalgadura y volviendo de vez en vez la cabeza hacia la casita que iba dejando atrás, con un gesto brusco que encerraba más que curiosidad mucho de amenaza reconcentrada.