PAÍS LIBRO

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fidel prado

la cervatana mortal

El señor Jaime Monrrow, de pie frente a la mecanógrafa que seguía silenciosamente con la vista todos sus movimientos, se quedó un momento perplejo sin acertar a dar expresión dialéctica a la frase que pugnaba por acudir a la punta de su lengua y que, sin saber el motivo, habíase borrado bruscamente de su imaginación. Con el ceño fruncido se quedó contemplando descaradamente el óvalo perfecto y atrayente del rostro de la taquimeca y luego, con la brutalidad característica en él, dijo: —¿Sabe usted, señorita Leslie, que me voy a ver obligado a prescindir de sus valiosos, pero contraproducentes servicios?