el topo roquero
SILVYA no había quedado muy tranquila con la excusa que Alan le había dado para justificar su salida. Nunca el «topo-roquero» acostumbraba a marchar a tales horas a la orilla del río, y menos con el revólver al cinto, y una viva inquietud se apoderó de ella al verle partir. Pero, algo tranquilizada por la dirección que le viera tomar, decidió entregarse a los quehaceres de la cabaña, esperando su regreso, pues no dormiría sosegada hasta saberle de regreso.