el lobo del desierto
Caía la tarde en un, apoteosis dorado de rayos de sol, que irisaban entre oleadas de polvo reseco, cuando el sargento Turley, seguido de cuatro rurales, todos montados sobre unos caballos fibrosos, delgados y cubiertos de mugre, se detenía ante el cuartelillo de policía de San Pablo y echaba pie a tierra con gesto mohíno y cansado. El teniente Omalley, que leía una novela de aventuras sentado en un estrecho banquillo a la puerta del puesto, se levantó con viveza al descubrir a su subordinado y acercándose a él, preguntó con vehemencia: —¿Qué noticias, trae usted, Turley?