PAÍS LIBRO

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fidel prado

almas ruines

Eran alrededor de las doce de la mañana y a aquella hora en los días de entre semana, eran muy raros los clientes que aparecían ante la barra, por la razón de que el trabajo absorbía el tiempo a los vecinos del poblado. Sólo al anochecer o en los días de asueto, cuando los peones de granjas y ranchos acudían a distraer su jornada de descanso solía verse bastante concurrido. Sin embargo, y casi por excepción, había un cliente frente a la barra; con el cuerpo inclinado sobre ella, el codo derecho apoyado en el reborde del mostrador con un vaso de whisky en la mano, fingía mirar al trasluz, aunque en realidad lo que hacía era clavar su ardiente e insultante mirada en el bello rostro de Marguerite Poole, la hija de Danny, el dueño del bar. El cliente era demasiado conocido en el poblado. Se trataba de Raymond Haselton, el capataz del rancho “Lafore” enclavado a unas tres millas del poblado.