al sur de la frontera
Gregory Manneny atravesó a grandes zancadas el ancho portalón que formaba la calle principal de Mesilla, en el Estado de Nueva York. Sus largas y fibrosas piernas se asentaban con firmeza sobre el encharcado piso, levantando oleadas de cieno. Había llovido furiosamente durante ocho días, convirtiendo las calles en fangales, pero, a Gregory no le preocupaba mucho el barro, porque estaba acostumbrado a destripar muchos charcos, tanto a pie como a caballo, y porque, en previsión, calzaba unas recias botas de agua, de piso y tacones herrados, y, además, ceñía sus pantorrillas con unos duros leguis de cuero, capaces de repeler toda el agua de un lago.