la verdad de la mentira
Filtrábase el sol a raudales por las rendijas de la persiana de la alcoba, cuando Virginia, iniciando un gracioso movimiento de párpados para eludir la acción molesta de un indiscreto rayo solar, desperezóse con desmadejamiento. Luego, tras un momento de duda dulce y perezosa, se arrojó del lecho con gracia felina y requiriendo el rameado salto de cama que la doncella había dejado sabiamente doblado sobre un soporte de la percha, cubrió su esbelto cuerpo de líneas armoniosas, ahuecó los rebeldes rizos de su rubia cabellera, un tanto desordenados por la acción de las almohadas, y abriendo el amplio balcón, se inclinó sobre el barandal, abarcando con sus agudos y luminosos ojos el desconocido paisaje que se extendía a sus pies.