el llano de los perdidos
CON motivo de haber baile aquella noche, el salón de «El Cuervo Azul» estaba atestado de gente. Pero eran pocas las parejas que bailaban, porque la casa sólo tenía seis muchachas contratadas para esos menesteres; claro está que cuando no había baile, oficiaban de camareras, y de vez en cuando alguna de ellas subía al pequeño tablado a destrozar los oídos de los concurrentes con una tonadilla con acompañamiento de acordeón; pero las muchachas tenían otros deberes más importantes que cumplir en «El Cuervo Azul», y eran el de procurar que los clientes las convidasen y hacerles gastar la mayor cantidad posible. De ese gasto, ellas cobraban una pequeña comisión, y la casa era la que se ponía las botas, como vulgarmente se dice, porque en muchas ocasiones las camareras fichaban anís para ellas y bebían agua con un poco de azúcar.