PAÍS LIBRO

Autores

edgard kennedy

hace falta un asesino

ALLAN Fremont hacía caminar a su montura subiendo la empinada y pedregosa pendiente. El sol, con toda su potencia abrasadora, las tres de la tarde de un mes de agosto, caía a plomo sobre hombre y caballo. Allan Fremont trataba de atravesar el monte Harvard por su parte menos elevada, para pasar al Estado de Colorado. Era joven, veinticinco años, y su cuerpo, bajo la camisa que vestía, se adivinaba enjuto y poderoso.