la pólvora huele mal
El «Mercedes» rodaba a buena velocidad por la autopista Berlín-Tempelhof. De cuando en cuando, su conductor, alto, magro, de pómulos un tanto hundidos, lanzaba una mirada al reloj del tablero de instrumentos. Iba a 160 kilómetros por hora, pero rebajó la velocidad a 120. Tenía tiempo de sobra y no valía la pena cometer imprudencias. De pronto, notó un olorcillo raro en el interior del vehículo. Una nube de gas azulado, muy tenue, se enroscó alrededor de su cabeza. El tiempo era frío y por ello el conductor tenía las ventanillas casi cerradas.