jenny tucson, detective privado
Como casi todos los días, Corey Randall Tucson se detuvo ante el puesto de periódicos, sacó una moneda, la lanzó al aire y sonrió mientras el vendedor la atrapaba con la mano. Luego se inclinó para coger uno de los diarios de la tarde. —¿Todo bien, señor Tucson? —preguntó el vendedor. —No puedo quejarme, Randy —contestó el cliente. —Lo celebro. —Gracias.