PAÍS LIBRO

Autores

clark carrados

huellas que acusan

Rasgando la oscuridad de la noche con la doble puñalada blanca de sus faros, el coche volaba por la carretera, dejando tras sí una estela de ruido promovida por su potente motor, que lo impulsaba hacia adelante con la fuerza y el ímpetu de un proyectil de cañón. El automóvil era un convertible deportivo, tipo europeo, de largas y finas líneas, cuyo color blanco parecía haberse transformado en una mancha borrosa a causa de la enorme velocidad desarrollada en aquellos momentos. Las manos del piloto no temblaban lo más mínimo al tomar las curvas, con un absoluto desdén hacía todas las leyes de la dinámica. Convertido en parte integrante del vehículo, el conductor parecía dirigirlo más con el cerebro que con la acción conjunta de los músculos de los brazos y de las piernas.