inés y sara
[...] Inés y la casa del río. Pensaba en los árboles y el olor a humedad. Los cabellos de Inés parecían atrapar ese aroma. Los cabellos de Inés flotaban en la superficie cuando se hundía entera. Recordaba esos mechones negros, como algas que ascendían. Recordaba sus biquinis y su rostro mojado, ese rostro de sabor a vainilla, a azúcar, a nata, ese rostro por el que las gotas de agua resbalaban como si su único objetivo fuera volverlo más brillante. Y brillaban también sus ojos oscuros, y sus dientes blancos. O esos diminutos pendientes de piedrecitas escarchadas. Inés, de piernas que se zambullían inquietas, que recorrían las turbias aguas del río como si aquél fuese su elemento materno. Y ella la observaba, a cierta distancia. Porque desde niña había observado a Inés, y desde niña le había parecido enigmática y hermosa. No sabría decidir qué cualidad ganaba. En su propia belleza había algo misterioso.