los gangsters mandan corona
LA muchacha volvió la cabeza con recelo. El hombre aquel la seguía. Su mirada buscó inútilmente a lo largo de la calle una posible ayuda. Salvo ellos dos, aparecía totalmente desierta. A las tres de la madrugada el populoso barrio neoyorquino de Bronx, situado más allá del río Harlem, guardaba la más absoluta quietud. Sus gentes, obreros en sus dos terceras partes, buscaban en el sueño el necesario descanso a la agotadora labor de cada día.