la casa de la viuda
Tac… tac… tac. En el silencio de la calle Wolford, las pisadas del guardia de seguridad de servicio sonaban regularmente y sin la menor alarma. El hombre iba de un extremo a otro de la calle, y la cúpula de su casco se encendía seis veces en cada recorrido al pasar bajo los seis faroles de la acera derecha. El guardián era paciente y poco imaginativo y encontraba agradable aquella noche sin incidentes. Se había cruzado con unos pocos vecinos retrasados y después consiguió no pensar en nada. No oía sus pisadas, aún cuando se esforzaba, sin saberlo, en que no perdiesen el compás. Tac… tac… tac… Así fue hasta el amanecer, salvo unos pocos minutos en los que las pisadas cambiaron y empezó el cambio de muchas vidas. Fue el insignificante primer copo de nieve que había de formar el alud…