PAÍS LIBRO

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arnold briggs

los gorriones del támesis

Edwin Parks era buen bailarín, y Norah Morley, ignorándolo, porque según la paterna visión que oyó a los cuatro años, su madre se había ido al cielo, llevaba en la sangre el alado espíritu de la danza. Lo cierto es que cuando Norah Morley intentó tomar lecciones de danza clásica, chocó con la rotunda negativa de Cecil Morley. Y ella, plenamente sumisa a la paterna autoridad, se contentó con seguir un curso de dibujo y pintura en compensación.