PAÍS LIBRO

Autores

anthony o'bertrand

la mansión maldita

Fordscity dormía en la serenidad de la noche, bajo un techado de estrellas. Se asomaba en la vertiente de la montaña como acodada a un balcón, para contemplar la llanura. Era una ciudad pintoresca a la que se llegaba por un camino vecinal, empalmado con la carretera general que, desde la frontera mejicana de la Baja California, discurría hasta San Francisco y en la que imperaba la paz, cuando los vecinos dormían y no había tiros por las calles. La fundó —no se sabe quién— al parecer un puñado de aventureros dispuestos a ser dueños de algo. Construyeron viviendas, reunieron ganado, instalaron una cantina, con víveres y bebidas y, poco a poco, vino lo demás. Un Concejo municipal con el primer alcalde; un juez de paz, y algún tiempo después, un sheriff y un cementerio, porque en alguna parte había que enterrar, a los muertos, si había una reyerta y salían a dialogar las pistolas.