maleficio
Ralph Pinkerton se levantó para acompañar a sus invitados, que se despedían, y luego permaneció unos instantes apoyado contra el quicio de la puerta de su “bungalow” recargando su pipa hasta ver cómo las figuras de sus amigos se iban desvaneciendo en la distancia. Hacía una noche maravillosa. Una noche plácida y encalmada, suave y acariciante, que invitaba a gozar del ligero frescor nocturno después del intenso calor que había tenido que sufrir durante la jornada de trabajo.