PAÍS LIBRO

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albert rosbund

encantadoramente muerta

Eran las once de la mañana cuando llegué al despacho de Clark Borden. Me había telefoneado la noche anterior con el ruego de que acudiera a su oficina en cuanto pudiera. Había unas cuantas personas en la antesala, hombres y mujeres jóvenes, algunas fumando nerviosamente. Me identifiqué a la secretaria, una rubita de excelente contoneo que ya no me recordaba, pero yo a ella sí, y enseguida encontré el camino libre para entrar en el despacho de Clare Borden, ante el asombro de los presentes.