PAÍS LIBRO

Autores

alar benet

el coloso de hierro

EN uno de los palcos del Opera House, del suburbio de Harlem, dos hombres de edad madura charlaban en voz baja, sin prestar ninguna atención al espectáculo, animado por un bello ramillete de «glamours girls». Eran el senador Harold Wallman y el inspector del Federal Bureau of Investigation, Stephen Hadfield. El primero insistía, una vez más: —Sólo ustedes serían capaces de terminar con el actual estado de cosas. No me fío ni de los políticos ni de la Policía. Hay muchos millones destinados a comprar su silencio. Nadie ignora la perfecta organización de los sindicatos de juego ni aún los nombres de algunos de sus presidentes, camuflados en empresas o sociedades anónimas absurdas, y, sin embargo, éstos continúan su criminal industria, mofándose nuestras leyes. Jueces, magistrados y jefes de Policía son nombrados por la influencia de los sindicatos, y me consta que entre mis compañeros los hay a sueldo de aquéllos a quienes tenemos el deber de combatir. Créame, inspector, si el F. B. I., no interviene en este asunto llegará un momento en que sea demasiado tarde.