tumba para dos
Un sol virulento. Implacable. Los rayos caían perpendiculares sobre la rojiza tierra. Los guijarros parecían quemar. Ni la más calurosa de las lagartijas se hubiera atrevido a desafiar aquel agotador sol. El grupo de hombres permanecía en la explanada. Riendo y vociferando. Ajenos por completo al rigor del sol. Ya estaban acostumbrados.