sigue tu camino, forastero
Los dos jinetes llegaron a lo alto del promontorio. El sol bañaba con sus dorados rayos el valle. El zacatón y la saladilla eran acariciados por una suave brisa. Las flores silvestres parecían danzar, balanceándose de un lado a otro. Un río de tranquilas y cristalinas aguas serpenteaba por el valle. El trinar de los pájaros era como una dulce y placentera melodía. Un paisaje paradisíaco de paz y belleza. Clint Sommer se despojó del sombrero de ala ancha. Descubrió rebelde y abundante cabello rubio, que ahora asomó a mechones sobre la frente. Los ojos de Sommer eran azules. De sempiterno brillo. En sus correctas facciones se acusaba el polvo y el sudor. Un polvo rojizo que también se acumulaba sobre su vestimenta. Camisa cremosa, chaleco de piel con botones plateados y pantalones embutidos en botas de altas cañas. Del cinturón canana pendía un Colt del cuarenta y cuatro modelo militar. Clint Sommer entornó sus azules ojos.