justicia de pistolero
El anciano arrugó instintivamente la nariz. También entornó sus diminutos ojos. Hasta convertirlos en pequeñas rendijas. —Una pareja... ¿Sólo una pareja? —Eso es, Ernest. En el ajado rostro de Ernest Sybill se acentuaron aún más las entrelazadas arrugas. Sacudió un par de veces la cabeza. —¡Por todos los...! ¿Esperabas ganarme con una pareja? El individuo sentado frente al anciano esbozó una sonrisa.