gritos pavorosos en la noche
De aquel centro psiquiátrico —antes llamado por todos el manicomio de San Patricio—, se habían escapado tres enfermos. —Son peligrosos —había dicho el director—. Hay que avisar inmediatamente a la policía. Uno de ellos se llamaba Frank. Alto y fuerte, de unos treinta y cinco años, perdió la razón luego de asesinar a hachazos a su esposa y a su hijo. Se cebó en ellos de una forma tan atroz, tan honorífica, que la verdad es que los cuerpos de ambos acabaron en pedazos en medio de un charco espeluznante de sangre. Al parecer la esposa le era infiel y el hijo era de su amante. El otro, llamado Robert, bajo y recio, de mediana estatura, había asesinado, asimismo con un hacha, a su hijastra, una niña de unos doce años por la que se sentía atraído sexualmente. La había asediado en incontables ocasiones, de noche y de día, y al ser una vez más rechazado por ella, le quitó la vida sin contemplaciones.