a tormenta anunciada había alcanzado la ciudad al mediodía, y desde hacía varios minutos llovía copiosamente. Lonvy Sugiyama contemplaba la lluvia. Tenía los ojos entornados y
Salió de la casa de piedra totalmente pertrechado para el largo viaje que pensaba iniciar. Sus anchas espaldas cargaban la pesada mochila, la espada grande y la ballesta. El ca
Ol Owar, el Regidor, se acercó al panorámico ventanal y miró a través del cristal, como hacía todas las tardes cuando daba fin a su jornada y disponíase a retirarse a su reside